Estamos en otoño, temporada de narcisos.
La inagotable mitología griega nos regala la historia de Narciso y Eco.
Narciso era un joven bellísimo, de quien todos y todas se enamoraban. Entre las heridas por su amor se encontraba la ninfa Eco.
Eco era una hermosa ninfa que construía las más asombrosas historias, que pronunciaba las palabras más bellas.
Valiéndose de este don, ayudaba a Zeus en sus múltiples aventuras amorosas, distrayendo a su esposa Hera mientras él se dedicaba al placer terrenal de retozar tras el matorral.
Cuando Hera se dio cuenta de su engaño la castigó, privándola de su don con las palabras y haciendo que solo fuera capaz de repetir las últimas palabras que otros pronunciaban, vamos, algo así como sesudos analistas tuiteros, instagrameros y demás.
Eco vio un día al joven Narciso caminando por el bosque y quedó totalmente prendada de él, pero por desgracia era incapaz de soltar nada inteligente sin repetir como un loro lo que él decía. Eso, aunque suponemos que aduló el ego de Narciso, no impidió que se burlara cruelmente de ella, por lo que la ninfa, desolada, se ocultó en una cueva y allí se consumió hasta que solo quedó su voz.
Para castigar al memo de Narciso por su engreimiento, Némesis hizo que se enamorara de su propia imagen reflejada en un estanque. En su contemplación, incapaz de separarse de su imagen, acabó arrojándose a las aguas. En el sitio donde su cuerpo había caído, creció una hermosa flor, que hizo honor al nombre y la memoria de Narciso.
El mito no nos dice nada de Eco, pero yo añado: de la ninfa nos quedó un maravilloso fenómeno, que nunca se marchita, indiferente al tiempo, al contrario que narciso. Siempre que podáis, gritad, recread a la ninfa, que las risas reboten en paredes y barrotes. Narciso, eres un cansino.
