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La amarga historia de un príncipe de Oriente


Os presentamos una canción que forma parte del acervo cultural griego, conocida, amada y aprendida por todos. Una canción que nos trae aromas y reminiscencias de Oriente, como un sueño de las Mil y Una Noches, para al final hacernos descender a mazazos a la cruda realidad del mundo de los hombres.

Un mundo basado en las diferencias sociales y económicas, en el que existen injusticias o sufrimientos, pero que es absurdo intentar controlar o cambiar.

¿A veces es cruel la Naturaleza? Sí

¿A veces se producen catástrofes, desolación y muertes? Sí

¿Tiene moral la Naturaleza para pedirle cuentas? No

¿Se puede hacer razonar a la Naturaleza y pedirle que cambie? No

El mundo solo avanza a hierro y fuego.

Se trata de la canción KEMAL, del año 1968. El gran compositor Manos Hatzidakis (1925-1994) escribió la música de esta canción para su colaboración con el grupo de rock americano New York Rock Ensemble.

En estos años, entre 1966 y 1972, residió en Nueva York y según dice, se inspiró en un joven llamado Kemal que conoció allí.

En un principio la letra de esta canción era en inglés y no tiene nada que ver con la versión final, que fue escrita por Nikos Gkatsos en 1992 y que es la que se popularizó en Grecia.

La versión que os dejamos es una de las que más nos gusta, cantada por Alkinoos Ioannidis. Al lado podéis ver la letra de esta preciosa canción.

rethimno wom liras

Escuchad la historia de Kemal, un joven príncipe de oriente, descendiente de Simbad el marino, que pensó que podía cambiar el mundo, pero amargos son los designios de Alá y oscuras las almas de los hombres.

Por las tierras de Oriente érase una vez que se era, los acueductos estaban vacíos, el agua contaminada en Mosul y en Basora, bajo la vieja palmera los niños del desierto lloraban amargamente.

Un buen día un joven de familia y casta real oye sus lamentos y va hacia allí. Lo miran los beduinos, con ojos tristes y les da un juramento sagrado: los tiempos cambiarán.

Cuando los nobles oyen la osadía del joven, parten con colmillos de lobo y como leones disfrazados de cordero, desde el Tigris y el Eufrates, persiguiendo por cielo y tierra al apóstata para atraparlo vivo.

Caen sobre él como perros rabiosos y lo llevan al califa para colgarlo en la horca. Miel amarga y leche agria bebió aquella mañana antes de dejar en la horca su último suspiro.

Con dos camellos viejos y un caballo rojo, el Profeta espera a las puertas del paraíso. Van ahora cogidos de la mano bajo un cielo tormentoso, con la estrella de Damasco haciéndoles compañía.

En un mes, en un año, se presentan ante Alá, que desde su trono en la montaña dice al necio Simbad:

Hijo mío vencido, no cambian los tiempos, el mundo siempre avanza a fuego y a cuchillo.

Buenas noches Kemal, este mundo no cambiará nunca.

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